“De princesita a pequeña tirana”
La llamaré Rocío. Tenía 15 años cuando acudió por primera vez a consulta acompañada por unos padres algo mayores, él prejubilado por una angina de pecho ocupó un cargo directivo en una multinacional; ella con formación universitaria nunca ejerció y se dedicó a la casa y los hijos. Rocío tenía una hermana y un hermano doce años mayores que ella. Era la niñita de la casa y todos la sobreprotegían. Sus padres hablaban de ella como la “princesita”.
Siempre había sido una niña muy buena, responsable, muy cariñosa, con excelentes resultado académicos, y muy querida entre sus amigas; nunca había dado problemas en casa ni ninguna preocupación.
Y llegaron la restricción alimentaria, el ejercicio físico compulsivo, la pérdida de peso progresiva, el pensamiento obsesivo sobre su figura. Rocío padecía una Anorexia Nerviosa, con un cuadro en evolución donde no había pasado un año desde que comenzaron los síntomas. En un principio todo se vivió como un drama familiar con sentimientos de culpa por parte de los padres, algo muy común en familias estructuradas con un nivel socio económico alto. El padre nunca lo entendió, ni lo aceptó, se limitó a acompañar a Rocío rigurosamente a consulta y respetar condescendientemente las indicaciones de su psicóloga.
Rocío se incorporó a un Programa de Hospitalización Domiciliara para pacientes con Trastornos de la Conducta Alimentaria, que se fundamenta en un tratamiento intensivo con un encuadre cognitivo-conductual, en el que la familia asume bajo la dirección de la psicóloga una labor muy importante de acompañamiento del paciente y de administración de los refuerzos, que resulta fundamental para la eficacia del mismo.
Rocío aceptó las pautas no sin cierta resignación desde el principio, pero poco a poco tanto ella como sus padres llevaron a cabo el tratamiento con éxito. En aquella etapa, siempre fue muy colaboradora en consulta, y muy disciplinada a la hora de cumplir con las indicaciones. Una paciente y una familia, con las que resultaba fácil trabajar.
Tenía 18 años cuando le dimos el alta terapéutica. Ya tenía novio, un encanto de chico, y empezaba su carrera universitaria. Seguía siendo una adolescente encantadora y responsable.
Probablemente nunca llegó a ser muy consciente de su enfermedad y esto le impidió interiorizar una verdadera motivación al cambio, y a nivel cognitivo no llegamos a abordar el esquema de pensamiento que se estaba desarrollando en Rocío en ese periodo tan importante que era su adolescencia.
Sólo señalar un incidente al que no le di toda su importancia pero que pasados los años considero que fue un precipitante de unos rasgos de personalidad que estaban latentes. Al año de iniciar el tratamiento, surgió un conflicto familiar muy fuerte. El padre tuvo una implosión de ira descontrolada hacia ella, totalmente injustificada, en la que Rocío conectó con el padre, y a diferencia de su hermana, reaccionó enfrentándose a él, perdiendo de igual manera el control, y terminando el incidente en una agresión física del padre hacia ella. Rocío quiso marcharse de casa, pero al final pudimos reconducir el conflicto.
Años más tarde los rasgos impulsivos y el problema del descontrol de la ira se fueron agravando en el padre, aunque éste no reconocía la existencia de tal problema. Ya desde aquel primer incidente el padre dejó de acompañar a Rocío a la consulta.
Un año y medio después, la familia de Rocío volvió a contactar conmigo. Rocío ya no era la misma niña. Su carácter había cambiado.
Cuando un Trastorno Alimentario debuta en la adolescencia y preadolescencia, siempre comentamos a los padres que se produce un bloqueo en el desarrollo no solo físico sino psicológico en la maduración de la paciente, y que es muy frecuente presentar una adolescencia tardía.
Y así se lo expuse a su madre y a su hermana, que ahora era la que estaba asumiendo el papel de mediadora familiar en el conflicto. Rocío que había cambiado profundamente y tenía una actitud muy negadora y desafiante en consulta, volvió a retomar algunas sesiones muy negociadas y ya nunca vino de forma voluntaria a la terapia.
Cambió de carrera porque no le llegaba a convencer, la relación con su novio empezó a deteriorarse, Rocío salía con otros chicos, y nunca supo cómo afrontar adecuadamente el cambio. Paralelamente subió de peso considerablemente, y su conflicto interno relacionado con su imagen corporal se reactivó. Presentaba frecuente irritabilidad, conductas de ira, eran frecuentes las respuestas emocionales cambiantes, los cambios de humor y un gasto compulsivo. Inestabilidad general, con unos rasgos pasivo-agresivos muy marcados. Todo ello llegaba al entorno familiar en forma de gritos, portazos, insultos graves a los padres, chantaje emocional constante y amenazas de marcharse de casa.
Comenzó a salir con un chico muy celoso y controlador con el que estableció una relación intensa y tormentosa, con fuerte dependencia emocional por miedo al abandono. Poco a poco fue descuidando su entorno social, su ritmo de estudios, y no respetaba las normas de convivencia de la familia. Percibía en la familia absoluta falta de confianza, incluso una falta de cariño que no era real. Su bajísima tolerancia a la frustración hacía que implosionara sobretodo con el padre.
Su madre me llamaba llorando diciéndome que los iba a matar a disgustos y poco a poco el padre, la madre y la hermana de Rocío fueron sometiéndose a su tiranía y a sus disposiciones emocionales. Llegaron a proponerme grabarla en vídeo para mostrarme esas reacciones y actitudes.
No reconocían a su hija.
Era muy inconstante en las sesiones, y se refugiaba en una atribución externa de causalidad, lo que hacía muy complicado el tratamiento. Los encuentros familiares se convertían en un problema ya que, la madre ya mayor y con dolencias cardíacas, aunque lo intentaba era incapaz de marcar límites.
En una sesión en la que pude presenciar esa disregulación emocional, la madre llevaba un Holter, y cuando se abordó el tema del aborto; sí porque Rocío se había quedado embarazada e incluso se planteaba tener el bebé; casi tengo que llamar al servicio de urgencias.
Estuvimos unos ocho meses de terapia intermitente y conseguimos que se calmara el ambiente en casa y que respetara ciertas normas de convivencia.
Rocío hoy tiene 23 años, rechazó este curso una beca Erasmus por complacer al novio, de lo cual ahora se arrepiente. Sigo en contacto con la madre que me cuenta que ahora parece que el vínculo patológico hacia el chico se va rompiendo y está en una fase de disforia y de vacío emocional. Se niega a acudir a consulta, pero la familia no desiste en su empeño.
Y con respecto al caso me he preguntado varias veces: ¿Adolescencia conflictiva tardía o Trastorno de la Personalidad Límite?
Fuente:
ABORDAJE DE LA CONFLICTIVA ADOLESCENTE HOY. HOMENAJE A OTTO KERNBERG. Autora: Patricia Ruiz Sacristán.
Editado por Dr.Gonzalo Morandé. 2013