La comida es mucho más que una fuente de energía. La comida puede calmar, puede dar placer, puede recompensar, puede entretener, e incluso puede castigar. La comida puede funcionar como un analgésico de las emociones que alivia lo que duele, convirtiéndose en un recurso de afrontamiento. Cuando esto ocurre y la comida calma las necesidades emocionales, estamos ante una alimentación emocional.

Vamos a ver un ejemplo muy común de esa alimentación emocional: llego del trabajo cansada tras un día largo y abro la nevera buscando algo de consuelo, sin sentir hambre en el estómago realmente. Tengo ganas de comer algo que, a corto plazo, me haga sentir mejor y me reconforte.

La alimentación emocional no supone un problema si se da de forma ocasional, es algo totalmente normal y natural. Supone un problema cuando la comida pasa a ser el único recurso o el más empleado de los que disponemos para gestionar diferentes emociones. En estos casos la comida pasa a ser un recurso de evasión emocional y no se consume con el fin de nutrirnos.

Aprender a identificar el hambre emocional es interesante para tener la oportunidad de escuchar, comprender y atender esas emociones e intentar descubrir que es lo que estamos necesitando. El fin de identificar la alimentación emocional no es demonizarla.

Generalmente el hambre emocional aparece de forma rápida, intensa y no se relaciona con las señales físicas del estómago. Apetecen alimentos muy concretos, hiperpalatables.

Cuando aparece el hambre emocional, tenemos que recordar que no es algo patológico. No aparece para castigarnos. La forma de calmarlo es pasar del modo automático al modo consciente, tomando un momento para respirar e identificar que emoción está desencadenando el impulso por comer. Si tras unos minutos de calma decidimos comer, está bien. Lo importante no va a ser el hecho de comer o no comer, sino el lugar desde donde lo hacemos: la compasión, el afecto, el enfado, el automatismo…

Comer consciente es uno de los objetivos cuando la alimentación emocional se ha vuelto negativa. Esto no implica prohibirnos comer para calmar nuestras emociones siempre, sino ser más conscientes de por qué lo hacemos cuando sucede. De esta forma tendremos una mayor flexibilidad y podremos ir identificando las señales internas de hambre, saciedad, bienestar…