Es habitual que, como padres o cuidadores, cuando a un hijo o familiar se le diagnostica un TCA, toda la energía se centre en conseguir que se recupere cuanto antes. En muchas ocasiones, se deja de prestar tanta atención al resto de miembros de la familia, como a la pareja o a los otros hijos. Y, además, es habitual que se abandonen las actividades que antes se realizaban habitualmente y que formaban parte del ocio familiar o personal (ir al cine, salir a comer a un restaurante, hacer deporte, leer, ratitos de cuidado personal, viajar…).

Esta actitud es algo muy habitual y comprensible, pero no es útil para ayudar a la persona afectada por un trastorno de la conducta alimentaria. Si toda la atención recae sobre esa persona, sin poner ningún límite, el trastorno va ganando terreno en casa y hace que poco a poco vaya consumiendo a toda la familia, dificultándose así la recuperación de la persona afectada.

En la medida de lo posible, y siempre con supervisión del equipo terapéutico y atendiendo a sus recomendaciones o pautas, es importante mantener las dinámicas personales y familiares que se llevaban de forma habitual. Si, por el contrario cada vez nos sentimos más tristes, sobrepasados, angustiados, con dificultad para gestionar las cosas, con insomnio o falta de apetito… y cada vez hay menor interés en realizar las actividades que antes se realizaban, es importante contactar con un profesional para que también ayude al cuidador.

Algunas familias verbalizan la complejidad que encuentran ante un ingreso hospitalario o un hospital de día de su hijo/a, sintiéndose bien y mal al mismo tiempo. Por una parte, se sieten mal porque la persona afectada debe quedarse en el hospital o pasar muchas horas en un centro de día, separándose la familia y alejándose de su entorno habitual. Pero, al mismo tiempo, la familia se siente liberada porque en casa no se experimenta la tensión y el estrés que en muchas ocasiones conlleva cuidar de un hijo/a con un TCA durante 24 horas.

Debemos transmitir a los padres que deben permitirse sentir estas emociones y que deben aprovechar esas horas o días para “cargar pilas”. Tranquilizar desde la cercanía sabiendo que su hijo/a está cuidado y que las situaciones de tensión irán disminuyendo conforme se vaya avanzando en el tratamiento. Dejarse invadir por la culpa y la pena es algo irracional porque nadie tiene la culpa de un TCA, además de no ser nada útil para ayudar a nuestro familiar afectado. Más bien al contrario, esto nos debilita y hace que se disminuya el buen pronóstico.

En Citema consideramos que es muy importante que la familia apoye a la persona afectada y se implique en el tratamiento, siguiendo las pautas e indicaciones de los profesionales del equipo terapéutico; pero siempre manteniendo el propio cuidado para aguantar el proceso y como factor de ayuda y buen pronóstico de la persona afectada.